“Este dolor, de carácter intenso y de naturaleza eléctrica, puede agravarse con maniobras como la tos, el estornudo o el esfuerzo físico, llegando a ser altamente incapacitante en su fase aguda”, explica el doctor Waldo Escobar, neurocirujano de Clínica Miguel Claro.
El diagnóstico de esta afección se basa en una evaluación médica que permite determinar la presencia de signos específicos. Para su diagnóstico, el especialista puede realizar pruebas físicas en una primera consulta, tales como elevación de la pierna, la evaluación de los reflejos y la resistencia a ciertos movimientos son herramientas clave en la identificación de esta condición.
Opciones de tratamientos
Mientras que el tratamiento depende de la severidad de los síntomas y de la evolución del cuadro clínico. Entre las alternativas más utilizadas se encuentran:
Medicamentos: Incluye el uso de antiinflamatorios, corticoides, y anticonvulsivos, entre otros, con el fin de reducir la inflamación y el dolor.
Rehabilitación Física: A través de un programa de ejercicios específicos, es posible mejorar la postura, fortalecer la musculatura y ampliar el rango de movimiento, contribuyendo a la recuperación y prevención de nuevos episodios.
Intervención quirúrgica: Indicada en casos graves, cuando el dolor es persistente y no responde a otras medidas, o se presentan signos de compromiso neurológico severo. El procedimiento busca aliviar la presión sobre el nervio afectado mediante la remoción de hernias discales.
Dado el impacto que esta afección puede tener en la vida cotidiana, es recomendable consultar con un especialista ante la presencia de síntomas persistentes. Un diagnóstico oportuno y un tratamiento adecuado pueden favorecer una recuperación efectiva y mejorar la calidad de vida de los pacientes